Transoxiana, Journal Libre de Estudios Orientales

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Estudios y Reportes Preliminares

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ISSN 1666-7050

Transoxiana Preprint Series 2 - Enero 2006

El imaginario de la muerte y la luna a través del tiempo (I)
La muerte en la experiencia humana

Introducción | I | II | III | IV |

Ana Silvia Karacic

La impotencia ante la inminencia de la muerte es uno de los sentimientos que ha generado una de las mayores incertidumbres y ansiedades, incluso angustia en el ser humano. El hombre occidental de la Baja Edad Media, moderno y contemporáneo, entendió que la muerte es un proceso de pasaje a otro nivel de existencia, pero siempre hubo personas que tuvieron la sensación de un final definitivo y concluyente, no en Oriente ni en las antiguas culturas paganas e indígenas. Me refiero en especial a las épocas e individuos que vislumbraron un final absoluto. Intentar la lucha contra algo que es parte de nuestra naturaleza, carece de sentido. Los que así lo entendieron, intentaron entonces comprender el fenómeno de la muerte como un modo de acercamiento y también de aceptación. La mitología y el folklore nos van a brindar un recorrido por las creencias que se elaboraron a lo largo de los siglos sobre este mal entendido "enemigo". Es un tema que además ha preocupado y ocupado a la filosofía, la religión, la teología y la psicología. Esa imposibilidad de encontrar una respuesta que satisfaga completamente y a todos, dio lugar a que la psique y el espíritu del hombre se volcaran al mito, y por lo tanto al símbolo, como un lenguaje elusivo propio del mito, pero capaz de vislumbrar en el Misterio, y que nos permite curiosear a través de los velos que lo ocultan. La muerte es eso, un misterio, un misterio que sólo se devela en toda su grandeza en el momento crucial del proceso y que sólo se vuelve inteligible para aquél que está literalmente pasando al "otro lado". Como dice un amigo mío, Juan Adot, "el hombre termina de ser y de hacerse propiamente "ser humano" en el momento de la muerte, porque la muerte es la última y gran experiencia mística del hombre".

A lo largo de la historia de la humanidad, las personas que asumieron que con la muerte todo se termina para el ser humano, incluso para el espíritu, fueron pocas. Por el contrario, desde que el hombre es hombre ha intuido que algo más lo espera después de esa visita que tanto teme y a la que ha rehuido de todas las formas posibles. Conjurándola por medio de cuanto ritual se le haya ocurrido, disfrazándola con las miles de máscaras que su imaginación le proporcionó, refiriéndose a ella en forma oblicua, no sea cosa de llamarla y que se haga presente. Antiguamente, y en las religiones paganas, y también en las orientales, la actitud hacia la muerte era y es más natural, abierta y madura de lo que hoy lo es, y eso no implica que no hayan elaborado formas imaginarias de la misma. Las religiones monoteístas durante la Antigüedad, la Edad Media y Moderna, no han ayudado demasiado en la aceptación sin miedo de un concepto que debería tomarse como opuesto al nacimiento, y no a la vida. Mucho menos han ayudado las tendencias y modos de pensamiento superficiales actuales. Si vamos a la Antigüedad y Edad Media, las imágenes que se esculpieron en las antiguas iglesias y catedrales, estaban destinadas a generar temor, temor al infierno. Fueron advertencias para aquellos que pecaban o caían en tentación. Pero el infierno es concebido como un destino al que se llega después de la muerte. Y esa muerte ha sido disfrazada, preparada para asustar, como si fuera el momento en que el hombre debería sentir la totalidad de la culpa por los actos errados de su vida. Esas imágenes tenían como propósito que el devoto vigilara su propia conducta para que llegado el momento, esa muerte fuera más piadosa.

El cuestionamiento es netamente metafísico: ¿Adónde vamos? ¿De dónde venimos? Todo ser, sin importar su religión o creencia, aspira a retornar a su origen o creador. Rescaté unas líneas de un poema de Ludwig Uhland llamado "En la muerte de un niño":

Llegas y te marchas con paso quedo,
Como un huésped fugaz en este mundo terrenal.
¿De dónde? ¿Adónde? Nosotros sólo sabemos que
de la mano de Dios y a la mano de Dios.

El horror a la muerte y la necesidad de enmascarar lo que se teme

Siempre se ha dicho que lo que diferencia a los seres humanos de los animales es la capacidad de sentir horror ante la muerte. Ha habido quienes han dicho que el animal presiente la muerte instintivamente y que hay casos en que siente también un rechazo instintivo por un animal muerto de su misma especie. Pero siempre se puso de manifiesto lo instintivo y se lo ubicó en un parámetro inferior. En lo personal, tengo bastantes dudas con respecto de hasta dónde nosotros podemos inferir que es lo que siente el animal y si sólo lo hace desde el instinto. La etología, la ciencia que estudia el comportamiento de los animales, ha dado respuestas que no terminan de cerrar, y mucho menos cuando sabemos que día a día se descubren y se revisan muchas de las conclusiones que se han sacado hasta ahora. Yo dejaría ese campo abierto. Estamos de acuerdo en que el temor instintivo hacia la muerte es una característica de la vida humana y animal también. El animal no experimenta la muerte como algo que lo confronta y le provoca la sensación de encontrarse ante un abismo inconmensurable que genera horror porque está más allá de toda comprensión. Eso le pasa al hombre, al menos hasta ahora es lo que creemos.

En líneas generales tomaremos el planteo del psiquiatra Edgar Herzog como hilo conductor para estas disertaciones sobre el tema, si bien no compartimos la totalidad de sus conclusiones. Incorporaremos trabajos de otros especialistas en el tema, así como trabajos específicos relativos a aspectos aleatorios pero que hacen a la totalidad de la experiencia de la muerte desde épocas arcaicas hasta la actualidad. Parece haber concordancia en que el sentimiento de horror absoluto ha sido históricamente la reacción primera ante la muerte, y podemos encontrarnos con él aún hoy en día. Ese sentimiento impulsa a correr, a alejarse rápidamente del lugar, a no mirar y parece ser que es lo que está detrás del estadio más arcaico a partir del cual el hombre se forma una idea del mundo que lo rodea. Este sentimiento ha estado presente en diferentes pueblos, culturas, y se ha transformado en cada uno de ellos tomando formas diversas. Las tribus más primitivas se apegaron al horror ciego y al pánico revulsivo, y es probable que por el arcaísmo de su cosmovisión ni siquiera tuvieran ritos adecuados para esa situación, así como que ni siquiera hayan elaborado mitos que acerquen el tema hacia una comprensión simbólica, al menos. Hay un ejemplo actual, la tribu Senoi, que forma parte de los Weddoids del noreste de la Península Malaya, ellos no conocen ningún tipo de enterramiento o modos de disposición del cadáver, por lo tanto, cuando uno de ellos muere, dejan el cuerpo y huyen del lugar, nunca regresan a él si pueden evitarlo. Los Takkui, otro pueblo de la misma región, no tienen animales domésticos de ningún tipo, viven en la selva pero cultivan por algunos meses, cuando uno de ellos muere abandonan el lugar, sus casas, sus plantaciones, y no tienen tampoco danzas ni rituales conocidos. El ritual permite exorcizar, cerrar el ciclo y libera al hombre de la ansiedad y el miedo, al no existir nada que cumpla esa función, la única manera de tomar distancia es correr.

Parecería que la respuesta natural ante la muerte es la huida, y se podría pensar que nuestros ancestros habrían actuado de esta manera, dado que han quedado algunas tribus que todavía lo hacen. Por supuesto, no en todos los casos tiene que haber sido de esa forma, también podemos traer a colación enterramientos del homo sapiens sapiens e incluso del sapiens neanderthalensis, lo cual no implica que no hayan sentido horror. Sería bueno tratar de entender esta "huida" al menos desde lo psicológico. W. Wundt trató este tema y dijo:

"En el momento en que el ser humano muere, el primer impulso es abandonarlo en el lugar en donde yace y "volar"...la huida del cadáver muestra que el principal terror del hombre es cuidar de su propio bien. Si un hombre vivo permanece al lado del muerto se involucra en un peligro, el de ser tomado por la muerte él mismo...porque ahora...el muerto se transforma en un demonio a los ojos de los vivos, es decir, un ser que puede atrapar desde lo invisible, dominar y matar al hombre vivo.

Pero esto no explica el horror pánico involucrado. El horror alcanza su carácter específico a partir de su incomprensibilidad, la falta de forma y la ausencia de cualquier imagen, es decir, su invisibilidad. Como el sentimiento de horror no tiene un objeto concreto, todo se transforma en objeto de terror y ambos, el terror y su objeto se vuelven ilimitados. La no-forma es la no-delimitación en el plano imaginario y visual, y por eso se traspone a un plano psiquico-espiritual que lleva a extender el miedo hasta lo ilimitado.

Se comienza a vivir el mundo como un enemigo amenazante. El hombre es confrontado con algo que no tiene nombre, no con un demonio todavía (que él podría o debería nombrar) en el cual el hombre muerto se ha convertido. Se enfrenta con "aquello" que provocó que un hombre se convierta en demonio (según los criterios con que suponemos se manejaba el hombre arcaico). La idea de un demonio pertenece muy probablemente a un estadio posterior de desarrollo psicológico, porque si el hombre puede encontrar un objeto para su terror ya no escapa en medio del horror y el pánico. Cuando encuentra un objeto, el hombre puede tomar ciertas medidas para contrabalancear ese horror; generalmente han sido algunas formas de magia o encantamientos mágicos. Al mismo tiempo, puede reconocer un poder misterioso en lo demónico ante el cual él se inclina en medio del temor ante el Tremendum. La huida no tiene nada que ver con tomar medidas ni con expresar reverencia ante el temor de lo numinoso, del misterio. En otros términos, tampoco tiene nada que ver con lo mágico, pero contiene los gérmenes de la actitud mágica y de la de reverencia. Ya lo decía Rudolf Otto en Lo Santo, que el horror era la más arcaica experiencia humana ante el Tremendum.

Un aspecto clave es que la experiencia de horror es diferente a la del terror instintivo hacia la muerte, cuando ésta amenaza la vida del individuo mismo. Se cree que éste se sentía momentáneamente cercenado del mundo conocido y que su existencia era amenazada en un sentido profundo, por eso la vivencia psíquico-espiritual primaria del encuentro con la muerte es de este "ser atrapado" por lo "totalmente Otro" que parece abrir dimensiones desconocidas.

Hay también rastros de abandono del muerto entre los Bushmen de Africa, aunque aquí, posiblemente, pueda deberse al tipo de vida semi-nómade, pero ellos entierran al muerto, aunque nunca más regresan al lugar. Aunque cuando aparecen enfermedades hacen peregrinaciones a las tumbas para hablar con los muertos. Estas consultas a los muertos que eran evitados con gran temor en otros momentos, sugiere que ha habido un desarrollo psicológico que provocó una actitud muy diferente a aquella del horror de los Senoi, por ejemplo. El enterramiento incluso en su forma más básica –cubriendo de hojas y ramas el cuerpo- implica el reconocimiento de la alteridad final de la muerte. Cuando ese reconocimiento da surgimiento a la práctica regular de enterramientos, esto involucra el reconocimiento de la muerte como el destino general del hombre. Así, por primera vez, el horror y el terror, el Tremendum es reverenciado en un modo práctico a través de las formas tempranas de enterramiento.

Aquí, ya el hombre estaría en un estadio en el cual se afirma a sí mismo y su realidad en la presencia de la muerte, porque puede volver a las tumbas para interpelar a los ancestros, puede enterrarlos ya en forma generalizada y ha aceptado que la muerte es su destino. Aún así, el horror provocó un cambio en la conciencia y en su actitud ante la vida, y es recién cuando se alcanza este estadio que el hombre puede hacer el intento de incluir el secreto de la muerte en su pensamiento conceptual, no ya en lo puramente instintivo.

Hablamos de una primera huida que es debida al horror, pero hay una segunda huida y se debe ya al peligro que siente el hombre ante la presencia del demonio en que se convertirá el muerto, es al mismo tiempo una defensa mágica. Hemos visto dos tendencias con respecto a la asimilación de la experiencia del misterio tremendo: el retorno al sitio donde descansa el hombre muerto (y el enterramiento originalmente significa un reconocimiento interno de la muerte), y una participación real en la acción del destino. Este es uno de los primeros pasos hacia la "percepción" de la experiencia humana. Y en segundo lugar, la huida después del retorno y el acto de evitar el lugar de la muerte como primera contra-medida, con intencionalidad mágica contra la muerte. O sea, estaríamos hablando de un "reconocimiento de la muerte", sin descartar el aspecto peligroso e incluso "monstruoso" percibido por el ser humano, y que lo lleva a hacer todo lo posible por evitarla y eliminarla.

Estas dos tendencias actúan simultáneamente en la psique e influencian el comportamiento humano. La segunda tendencia (la defensa contra la muerte, la huida) sugiere una afirmación del ego en su adaptación a la realidad externa; en la primera está la aceptación del destino, sugiere una auto-subordinación a la realidad interna. Una conduce a través de la magia al dominio del orden físico por medio de la ciencia de la naturaleza, la otra conduce a la religión y a la percepción del Ser.

¿Qué pasó cuando nuestros ancestros tuvieron que matar? ¿Cuál fue su reacción? Esto es típico de los antiguos pueblos cazadores, se ha asumido que ellos negaban el hecho del asesinato del animal, y se puede ver aquí cómo lo que generaba en ellos el acto de matar luchaba por emerger del inconsciente contra una resistencia interna. El acto de matar, primero inconsciente, se transforma en consciente y así surge la ansiedad, porque en cuanto el hombre comienza a percibir lo que realmente está haciendo también percibe que está cruzando una frontera que de algún modo está "prohibida". Percibe que eso no está bien. Por eso los cazadores primitivos intentaban exorcizar de alguna manera la ansiedad por medio de ceremonias cultuales mágicas antes de la persecución y muerte del animal. Aquí hay una aproximación al Misterium Tremendum pero desde el temor y el temblor interno ante lo prohibido y lo que se intuye absolutamente "otro".

El paso siguiente y el gran cambio se da cuando en un estadio posterior, el que mata lleva a cabo el acto por el cual él se acerca al Tremendum con una actitud consciente y afirmativa. Actuando con horror, en el horror y a pesar del horror, el que mata se vuelve también un ejecutor de su propio destino: actúa tanto como instrumento y como un agente por derecho propio, de esta manera trasciende sus propios límites para afirmarse a sí mismo, ante los demás y ante la naturaleza con el fin de sobrevivir. Recuerden que estamos hablando de los cazadores primitivos. No vamos a tocar aquí el tema de la guerra, la mitología de la guerra, el sacrificio humano y ritos aleatorios. Nos iríamos de tema.

Lo absolutamente "Otro"

Pero ¿cómo comienza esta larga historia del encuentro del hombre con la que cree su enemiga, la muerte? Desde los inicios comienza con el miedo visceral a lo "otro", lo inquietante y misterioso, lo que no se puede comprender ni detener. Eso que nos arrastra contra nuestra voluntad o no, dependiendo de los casos, hacia lo desconocido. Pero es un miedo que si se analiza, se comprende como algo dirigido a lo que no se conoce, lo incierto, un lugar-estado del que no se vuelve, y el apego por las cosas de este mundo y por nuestros seres queridos es tan grande que nos hace más difícil aceptar ese pasaje.

La psicología profunda, al igual que la mística (que no sólo ve la muerte como la que brinda la posibilidad de la unión definitiva del alma con Dios), no ven un fin sino un proceso de transformación profunda. Así como nacemos a este mundo, nacemos también al otro. ¿Por qué razón si no los antiguos hombres del Paleolítico, los del Mediterráneo antiguo, muchos pueblos de Africa aún en día, enterraban y entierran a sus muertos en posición fetal? ¿No había acaso una intuición profunda del regreso al origen? En este caso a la Madre Tierra, la Gran Madre generadora de vida, pero también la Gran Devoradora. Entre los zulúes se le pone al difunto, en su mano, unas semillas que simbolizan la nueva vida que ha de germinar y se lo coloca en posición fetal.

Trabajar el Imaginario de la muerte es recorrer las huellas que ha dejado el imaginario del miedo en el espíritu humano, pero también de la toma, lenta, de conciencia que se ha ido dando. Esto no indica que se haya descorrido el velo del miedo en todas las personas, pero sí, es necesario destacar que el hombre ha hecho un gran esfuerzo por aceptar la muerte. Pero pensemos que nuestros ancestros, a pesar del horror, no tenían la capacidad reflexiva que tenemos nosotros ahora, se manejaban por intuición y aceptaban este momento con naturalidad por el sólo hecho de vivir inmersos en un cosmos marcado por la transitoriedad de todas las cosas, y que los llevaba a asimilarse al resto de los seres. La vivencia de ser parte de un todo mayor era muy profunda y de eso deberíamos nosotros también aprender dado que estamos sumidos en el mismo cosmos. Hablamos de reflexión y racionalidad, eso no nos ha ayudado porque no se trata de enfocar algo que pueda ser analizado y resuelto como una fórmula matemática, de ahí que el miedo visceral no sea racional. Por esa razón perdura aun, incluso en personas sumamente inteligentes. Vamos a relatar el mito de la muerte de Hainuwele, todavía actual en la isla Ceram, que forma parte de las Islas Molucas. Dice la historia que:

La doncella divina Hainuwele nació de un árbol y se apareció a los hombres de los tiempos antiguos. Ella les ofrecía continuamente presentes invalorables, ellos estaban felices al principio pero luego comenzaron a sentirse incómodos porque sentían que eso alteraba su vida y la armonía de ésta. La gente estaba dividida en nueve familias y solían bailar una danza llamada Gran Maro. Les tomaba nueve noches llevarla a cabo, y cada noche danzaban en forma de espiral nueve veces. Hainuwele se sentó en medio de ellos y en la octava noche comenzó a darles nuevos presentes, fue allí cuando ellos tomaron la decisión de matarla. En la noche siguiente, cavaron una fosa, y cuando estaban bailando, la arrojaron en ella y la taparon con tierra.

El padre de la doncella la buscó a la mañana siguiente, la encontró y desenterró. Él desmembró su cuerpo y lo enterró pedazo a pedazo, alrededor del lugar en donde se bailaba. Las partes de su cuerpo se fueron convirtiendo en cosas que no habían existido antes sobre la tierra (ciertos frutos que constituyeron la alimentación de ese pueblo de allí en adelante). Su padre no enterró los brazos de Hainuwele, los llevó a otra divinidad llamada Satene, que en ese momento reinaba sobre los hombres. Cuando Satene vio esto, y se enteró de lo que había ocurrido, se puso furiosa, construyó un gran portal sobre el lugar en donde se realizaba la danza, y lo hizo en la forma de una espiral de nueve vueltas. Se paró al lado de un banano que estaba al lado de uno de los lados del portal, y llamó a la gente para que se parara del otro lado. Dijo: Ahora los dejaré, pero antes de irme, ustedes deben venir a mí a través de este portal. Sólo aquellos que lo atraviesen permanecerán como humanos. Aquellos que no lo hagan se transformarán en animales o espíritus del bosque. Y así fue como aparecieron por primera vez los cerdos, pájaros, ciervos, peces y toda clase de espíritus. Satene sostuvo un brazo de Hainuwele en cada mano, y a medida que cada persona atravesaba el portal, lo tocaba con uno de ellos. Desde entonces los seres humanos han tenido que morir y soportar el difícil "viaje de los muertos" para ver a Satene nuevamente. Hay un mito suplementario que dice que sólo desde ese entonces han sido los seres humanos capaces de casarse, es decir, desde que la muerte entró al mundo ha traído también la procreación y el nacimiento.

Hay interpretaciones diversas sobre este mito y la relación entre los seres humanos y la muerte: Primero, parecería que los hombres no pueden soportar la abundancia sin límites que la vida otorga, esa abundancia se viviría como un pecado, una carga, y al conducirlos al asesinato trae consigo la muerte al mundo. Segundo, aquí se revela una de las condiciones de la vida y la muerte, la vida se transforma ella misma en alimento y el alimento en vida nuevamente. La vida misma significa transformación. Tercero, y tiene que ver ya con Satene, sólo aquellos que estén preparados para atravesar el Portal de la Muerte y que puedan ser tocados por la muerte, permanecerán humanos, en un nuevo y verdadero sentido. Quiere decir que el hombre puede y debe encontrar a la muerte conscientemente y eso es lo que lo distingue de los animales. Cuarto, es de este conocimiento de donde viene la toma de conciencia de un aspecto de la existencia que está más allá, la conciencia de la muerte ilumina la otra frontera de la vida, sus comienzos, el nacimiento. Todo adquiere dimensiones más altas cuando se toma conciencia y se acepta. La Vida ofrece dos aspectos de sí misma: la cara de la muerte que genera temor y hasta horror, y la cara amigable y generosa del nacimiento. La muerte es inevitable y el hombre es tocado en su ser más íntimo por esta certeza, la pregunta es: ¿es capaz el hombre de poner en armonía este hecho con su sentimiento por la vida?

Pero vayamos a la historia de todo esto, ¿cómo pudo primero el hombre soportar el horror que la muerte le producía? ¿Cómo respondió a él? Estas dos preguntas irán siendo respondidas en cada uno de estos encuentros porque marcaremos los cambios que se fueron dando en las formas en que el ser humano encaró su temor al confrontarse con algo que era totalmente incomprensible, incluso lo veía como algo monstruoso en tanto su poder no tenía límites, un poder oscuro ante el cual estaba indefenso. Hubo muchos casos de huida, en que se prefería aferrarse a la vida y ni siquiera pensar en la muerte, y entonces surge la pregunta: ¿cómo podía el hombre aferrarse exclusivamente a la vida negando la muerte, cuando la muerte era un hecho inevitable que no podía negarse?. Pero es justo decir que hubo pueblos en los cuales la muerte y la vida eran vistas como esas dos caras de las que hablamos recién, puestas en armonía, ayudaban a trascender los límites de la existencia terrena. Sólo es posible lograrlo cuando el hombre reconoce que parte de él, su espíritu, es tan misterioso como la muerte y que puede alcanzar lo desconocido gracias a él, pero también se dará cuenta que es desde ese misterio desconocido de donde provienen el orden y el sentido de la vida misma.

Nos interesa también, tomando ejemplos de todas las culturas posibles, en un enfoque antropológico y mitológico, ver cuál fue la reacción que llevó a plasmar determinadas imágenes mitológicas y a llevar a cabo rituales específicos, colectivos, que luego fueron pasando a etapas posteriores, ya en religiones diferentes o no, pero que serían indicadores de un sentimiento superado a medias en algunos casos. La muerte en tanto arquetipo, sigue asomándose desde lo inconsciente a nuestra mente consciente y la humanidad ha seguido diversos caminos para enfrentarlo. Nos ocupa ese tema. Ese camino comienza como ya lo dijimos, con experiencias de puro horror, todavía sin nombre ni forma, luego habría llegado la noción del "encuentro" con ese "otro", y es allí donde habrían surgido las imágenes internas, propias de cada pueblo. Al principio, formas más horrorosas, pero luego de que la muerte hubo manifestado su esencia, o mejor dicho, de que la humanidad tuvo la posibilidad de aprehender algo de su esencia, habría sido "percibida" a través del sentimiento. Las formas hicieron posible una diferenciación de la esencia, y así surgieron nuevas imágenes que expresaron otros aspectos de la muerte. Los monstruos demónicos habrían cambiado para transformarse en deidades ctónicas del destino, en las que la muerte y la vida convivían en una armonía primordial.

Esas antiguas imágenes todavía aparecen en los sueños del hombre moderno, siguen siendo los mismos arquetipos que poblaron los mitos, sólo que manifestados en la psique individual. Es la forma en que el inconsciente nos permite entender la armonía original a través de figuras o actos simbólicos, y esto está en correspondencia con el desarrollo de la psique colectiva de la humanidad. Aunque hay que reconocer que está muy polarizada hacia el desarrollo del intelecto y la intuición se ha dejado un poco de lado.

¿Cuántas imágenes ha creado el ser humano para proyectar su idea de la muerte? Cientos, miles, la escena de la deglución de la persona por parte de un monstruo que en los mitos, sagas y cuentos suele ser un dragón, un animal híbrido es una de ellas. Justamente la combinación de diferentes aspectos en el animal hace referencia a que el hombre no veía clara la naturaleza de ese enemigo invisible, y lo plasmaba como una mezcla de seres a los que temía por separado, pero que al combinarlos generaban una multiplicación del temor. Ya sea en estas formas, o luego en la de los perros y lobos devoradores, los cocodrilos y las serpientes, se revela lo desconocido, lo incomprensible y también lo inaudito. Si se vive como una amenaza al hombre, es casi una certeza que se la asociará al mal, y por eso será reducida y condenada a un ámbito de realidad que se inserta en la tiniebla que devora la luz. Entre los celtas y los indios, el temor a la muerte no existía dado que era el opuesto al nacimiento y no el opuesto a la vida. Y en el caso indio, era la vida la que generaba sufrimiento, en tanto que la muerte ponía fin (momentáneo o no) al dolor de la existencia. Confundir conceptualmente nacimiento y vida, es un error y lleva a malas deducciones. En ambos casos, tenemos pueblos, que al igual que los indígenas de América o los siberianos, o aquellos pertenecientes a sociedades agrarias, veían el nacimiento, la muerte y el renacimiento insertos en un solo ciclo vital. Por eso es importante en este caso la concepción asociada a los ciclos lunares. No olvidemos que la luna ha sido considerada desde antiguo como el lugar al que los muertos se dirigen, o también como el Señor de los Muertos.

Los mitos de deglución por parte de un monstruo, o un animal, son muy comunes, casi universales y dan lugar a la imagen del "devorador" en el imaginario popular. Y ese devorador es lo absolutamente "Otro".

El "Otro" siniestro o benéfico

Es muy común, según muchos autores, entre ellos von Franz en su libro Los Sueños y la Muerte, hacer una aproximación a la imagen de la muerte bajo la figura de un "ladrón", en otros términos, como un ser extraño que irrumpe en nuestra vida para cambiar el statu quo de raíz. Ella ha centrado su trabajo como psiquiatra junguiana, en los sueños de las personas. Tema que volveremos a ver hacia el final del curso. Marca algo que se ha comprobado en muchos pacientes, y es la anticipación de la muerte por medio del sueño. Muchas veces vista en el sueño como un enviado de Dios. En la mitología de muchos pueblos, la muerte está descrita como una figura masculina o femenina. Edgar Herzog, ha reunido un material muy interesante sobre la figura de la muerte mítica personificada, y mostró que los nombres Hel (la diosa de los muertos y del Mundo Subterráneo entre los escandinavos) y Calipso derivan de una misma raíz indoeuropea: kel(n), que significa "esconder (en la tierra)". Los pueblos paleoasiáticos conocen un demonio, o demonios, Kalan, Kala (éste último con cara de perro) que personifican la muerte y la enfermedad. La diosa Hel es hermana del lobo Fenrir, aquél que se desatará hacia el fin de los tiempos, y tendrá un rol destacado en el combate entre los dioses y las fuerzas del Mal. Para empezar, devorará al sol.

Von Franz relata un sueño del mismo Jung:

Me hallaba en un bosque espeso, tenebroso;... era un paisaje heroico, primitivo. De repente oí un silbido estridente...las rodillas me temblaban de espanto. Entonces se oyó un ruido en un matorral y saltó un enorme lobo con terribles fauces... Pasó ante mí como una flecha y yo supe que el cazador le había ordenado que capturase a un hombre...a la mañana siguiente recibí la noticia de la muerte de mi madre.

Jung explica que el cazador salvaje representaba el arquetipo de Wotan, equivalente a Odín, Señor de los Muertos, especialmente de los caídos en batalla, pero de los muertos en general. El perro y el lobo aparecen como un acompañante al más allá, muchas veces, un protector. Así, Anubis con cabeza de chacal es en realidad el portador de la resurrección, y en la creencia azteca un perro amarillo o rojo, Xolotl, trae de nuevo a la vida a los muertos que están en el más allá. En India, Siva, destructor y dios de la muerte, es llamado "señor de los perros", aunque si profundizáramos en la figura de Siva veríamos que es relativa esa asociación. Virgilio dice en la Eneida que en realidad el perro de los infiernos Cerberos "es" la tierra que absorbe a los muertos.

Es común entre los cristianos ver ángeles también, además de todas las figuras amenazantes. El aspecto terrorífico y siniestro del "otro" se vuelve importante cuando la persona no espera a la muerte. A veces se la ve como el lado oscuro de la imagen Dios. En tanto más desconocemos ese lado oscuro, más siniestro se nos aparece, más negativo. Pero, muchas veces también aquél que viene a buscar al vivo aparece como una figura claramente positiva. Von Franz relata un sueño muy obvio de un paciente:

Se encontraba en una superficie gris, había niebla y estaba pesado, el cielo estaba recubierto con nubes grises. De pronto las nubes se abrieron y de ellas salió una luz, un adolescente desnudo con zapatos alados miraba hacia abajo. El soñador sintió un infinito amor hacia él y experimentó una sensación de profunda felicidad.

Dice ella que se asustó al escucharlo porque pensó inmediatamente en Hermes, el acompañante de las almas que van al más allá. Dice también que la salud de paciente desmejoró notablemente y que el análisis se convirtió en un compañero de su muerte temprana. Hermes es el intérprete y guía de los sueños, el mediador de los contenidos de lo inconsciente. Pero recuerda ella que, entre los etruscos, lo llamaban: Hermes del Hades.

Hay multitud de relatos que hablan de una luz maravillosa, esencia de paz y amor que viene por la persona y que el ser humano se funde en esa luz, no su cuerpo sino una parte que sale de él y que tiene las mismas características que la luz. Se trataría de una esencia espiritual. Los relatos del folklore y la mitología, la representan tanto como femenina o masculino, pero en todos los casos se la ve como un personaje extraño, que simboliza un aspecto todavía desconocido para la persona de su propia alma.

Cuando la muerte es negada

¿En qué pueblos encontramos un rechazo de la muerte? Los pueblos pastores nómades tienden a una concepción lineal de la vida, y ven la muerte como una alternativa a ésta, no como una alternancia. La alternancia es común entre los agricultores y al instalar la esperanza del renacimiento, libera al ser humano de incertidumbre, ansiedad y miedo. Las antiguas diosas que adoraban estas sociedades eran ambivalentes, señoras de la vida y de la muerte. Eran las mismas que vigilaban amorosamente el nacimiento, y al mismo tiempo, las que buscaban a sus hijos para llevarlos de retorno a su vientre. Es la imagen del vientre como fuente de vida y como sepulcro. Además la observancia de los ciclos naturales les permitía ver en su entorno, ya sea en el mundo vegetal como en el animal, un ciclo que se repite en el hombre. Hay una importancia crucial del entorno. La ecología de la religión, si bien no puede dar explicaciones de todos los sucesos y experiencias, al menos ha dejado claro que el ser humano puede ser condicionado en sus actitudes, y por lo tanto en el Imaginario que elaborará, así como en los mitos que surgirán de él.

Por esa razón, es importante reconocer que los imaginarios estarán sujetos a los distintos modos de vida de los pueblos. Hay una tendencia a enmascarar lo temido, a disfrazarlo en un plano consciente. Rara vez, en estos pueblos, se presenta la noción de la muerte asociada a un renacimiento o a un pasaje a otro plano mucho más pleno de existencia. La tendencia en los pastores, en general, es ver un final casi total, aunque los rituales existentes en pueblos de la estepa y las plegarias a los dioses dan cuenta de la esperanza en un más allá. Es bastante ambivalente la experiencia de los nómades. Se presenta la idea de la otra vida, del otro mundo, de eso no hay duda, pero el momento crucial se vive con mucha angustia. A diferencia de lo que ocurriría entre pueblos agrarios antiguos. El temor es algo normal, porque se trata de un pasaje a una existencia desconocida. Las distintas religiones tratarán diversamente este aspecto escatológico.

Pero ninguna época ha hecho tanto hincapié en la muerte como la Edad Media. Una Edad de crisis, de cambios, rechazos y aceptaciones, de nacimiento de órdenes religiosas, de escuelas de teología y filosofía, de grandes cambios en la idea que se tenía de Dios. Hay un capítulo imperdible en el libro de Johan Huizinga que se tradujo como El Otoño de la Edad Media que se llama "La visión de la muerte". Hay motivos claves para esto. Uno de ellos es que las órdenes religiosas hacían permanente recordatorio en sus prédicas, en especial las mendicantes, del advenimiento de la muerte y trataban de generar conductas pías, pero mayormente basadas en el miedo, esto es alrededor del siglo XII y XIII. Para el siglo XV utilizan un nuevo modo de inculcar el pensamiento de horror, además de las palabras del predicador, aparecen los famosos grabados en madera (woodcuts).

Los sermones más las imágenes, que de por sí eran crudas, se convertían en una forma tajante y dura de "preparar" a la persona para ese momento. La imagen se imprimía a la fuerza en la memoria, y eran escenas complejas, llenas de simbolismo pero que se mantenían en forma permanente a un nivel consciente y trabajaban en un nivel inconsciente. El temor era la única respuesta. Esto era algo muy primitivo porque remitía al hombre a sus primeras experiencias de miedo ante la muerte, que se remontaban a las épocas paleolíticas en que el ser humano, en medio de la oscuridad debía enfrentarse a los peligros de aquél entonces. El miedo visceral a la muerte forma parte de nuestro bagaje más arcaico, está grabado a fuego en nuestra psique inconsciente. Es posible que sin saberlo en forma consciente, pero la generación del miedo en el otro por parte de las órdenes se transforma en un modo muy efectivo de manipulación. Sobre esto volveremos en la tercera parte.

La huida y los ritos vinculados

Una de las formas de escapar de la muerte y los muertos ha sido enterrar o acomodar el cuerpo en algún tipo de construcción pequeña, y borrar los pasos de la comitiva a medida que se alejaba. Obviamente, el objetivo era que el alma del difunto no pudiera encontrar el camino de regreso a su hogar siguiendo las huellas de los parientes y conocidos. En pueblos paleocultivadores del Amazonas existe todavía la costumbre de abandonar la aldea cuando una persona fallece, se trasladan todos a otro sitio y construyen nuevamente sus moradas. En Tibet mismo, se daban largas recorridas, casi laberínticas, tratando de confundir al muerto para que no encuentre el camino de regreso. Se sabe, o se asume hoy, que la primera impresión del ser humano ante la muerte de un ser querido, y hablamos del hombre de las cavernas, tiene que haber sido la que se generaba dos o tres días después del hecho. No lo podemos saber en forma fehaciente, pero como deducción vale. Se trataría de la experiencia de rechazo y asco al ver la descomposición del cuerpo y la necesidad de abandonar el lugar, o de trasladar el cuerpo. Algunos especialistas creen que el hecho de soñar con el difunto habría dado lugar a la creencia en el doble. Veremos que esa creencia podría haber tenido algún sustento en esa experiencia, pero que más adelante encontró elementos diferentes en los que sostenerse. Esta imagen del doble que se interpretaba como el difunto que regresaba, podría haber también sentado las bases para la creencia en una vida post mortem. Pensamos que eso no descarta otras posibilidades para la elaboración de esa creencia y del imaginario que viene asociado a ella.

Los ritos son espejo de las actitudes de los hombres con respecto a lo sagrado, y en este caso, aplicamos concretamente a sagrado el sentido original de "separado", el difunto es "separado" y está "separado". Pero las actitudes cambian de acuerdo con los entornos geográficos, las migraciones, la evolución de la conciencia, los mitos y folklore que cada pueblo tenga, que a su vez reflejan el peso de lo positivo y lo negativo de las creencias y la manera en que se ponen en acto. Por todo esto, los ritos asociados a esta circunstancia concreta que estamos trabajando, variarán con el tiempo y las culturas. De todas formas, no debemos olvidar que aunque, en el plano consciente hayamos alcanzado muchos logros, en el inconsciente quedan todavía guardadas aquellas antiguas experiencias, y ellas vuelven a aparecer de una forma u otra. Lo que variará será la manera en que nosotros las interpretemos, en cómo reaccionemos ante esos vestigios.

La Madre-muerte: Sheela na Gig

¿A qué llamamos la madre-muerte? Concretamente a la imagen de la madre que devora a sus hijos, a la Diosa Madre ambivalente. La misma que da a luz y que recibe nuevamente a aquellos que alguna vez salieron de ella. La tierra-tumba, la tierra-vientre receptor, la tierra-descanso, la tierra-renacimiento.

Lejos de provocar temor, en la antigüedad, la noción de un regreso a la Gran Madre, despertaba en el devoto sentimientos de ser contenido, de esperanza futura en un renacimiento. Esto parte de la vivencia de formar parte de un todo mayor dirigido por un poder divino asimilado a la imagen de lo Femenino Materno. Lo que no despierta temor es el destino final, la Gran Diosa promete a sus hijos acunarlos en su vientre hasta el momento de volver a la vida en el marco de un ciclo mayor de nacimiento, muerte y renacimiento. Esto estará muy asociado a partir de la intuición que el hombre tiene de los símbolos, con la serpiente, con la luna, con los animales astados. La Diosa aparece muchas veces con cabeza de serpiente, y la característica de este animal de cambiar su piel estacionalmente, de salir de la piel vieja con una nueva, esconderse en lo profundo de la tierra para hibernar, trae a la mente del ser humano asociaciones que lejos de ser conscientes, son producto de una captación de orden intuitivo, al menos en los primeros tiempos. Lo mismo ocurre con la luna, el creciente semeja dos cuernos, y los cuernos también mudan y se regeneran. Pero al mismo tiempo la luna ofrece en el cielo, el espectáculo completo del nacimiento, la vida plena, la decadencia y la desaparición en la oscuridad, para volver a nacer y comenzar el ciclo nuevamente, en una recurrencia sin fin.

Todo indica la presencia de lo cíclico en estas concepciones. La Sheela na Gig, es una imagen tallada en piedra o madera, de una mujer que muestra sus genitales, También se la ha llamado "demonios de piedra". La imagen quiere mostrar al hombre que no debe ensalzarse a sí mismo, que no debe dejarse llevar por la soberbia ni el poder mundano porque detrás de todo eso, lo espera las entrañas de la Madre Devoradora. Sheela na Gig abre con sus manos una gran vagina que traga, y su rostro es cadavérico. Colocada en las iglesias en las Islas Británicas e Irlanda, anuncian al hombre que todo tiempo termina, que todo vuelve al origen y que lo único seguro es el retorno al vientre de la tierra.

Aunque el término se registró en forma tardía, recién en el siglo XIX, el significado exacto de su nombre todavía es incierto. Una posibilidad es que derive del nombre Síle ina Giob o "Sheela en cuclillas" porque casi la totalidad de las figuras están en cuclillas. La mayor parte está colocada en lo alto de las paredes de las torres de los castillos o casas medievales, en iglesias medievales, también en un molino, en pilares. Hoy en día se las puede ver en museos dado que ha habido un robo permanente por parte de traficantes de arte, otras están en manos de coleccionistas privados.

Se cree que las Sheelas forman parte de tantas otras figuras de tipo exhibicionista que se colocaban en el camino de las peregrinaciones para que los peregrinos vayan interiorizando las imágenes y profundizando el estado de entrega, así como el deseo de purificación a medida que se acercaba a su destino. También se cree que además de advertir con respecto a la caducidad de la vida, podría ser alguna advertencia con respecto al pecado de lujuria. De todas formas, habría grandes posibilidades de que las Sheelas fueran parte de un antiguo culto a la fertilidad y que podrían representar uno de los aspectos de la diosa de la fertilidad. Lo que ocurre es que no hay folklore que dé sostén a esta hipótesis. Hay otra función que suele atribuírsele, y se debe a algo clave. ¿Si las Sheelas eran colocadas para advertir al peregrino o al ciudadano común de la caducidad de la vida, por qué se las colocaba tan alto en las torres? Era muy difícil verlas bien, no son tallas muy grandes, pueden ir de 30cm a 60 ó 70 cm como mucho. Se baraja la posibilidad que tuvieran una función apotropaica, es decir que al estar en lo alto de fortalezas, pudieran ser concebidas para divisar los límites de los "tuaths" o territorios de las tribus y que de esa forma pudieran desviar simbólicamente los ataques de enemigos, e incluso los del mal.

La Diosa Velada en tanto Diosa Amortajada

Alguna vez, cuando dimos el curso sobre la Diosa del Grial, hicimos mención a la diosa velada. En ese caso apuntamos a un aspecto de sabiduría, aquello que está escondido y que hay que descubrir como si rompiéramos la cáscara de una nuez. Era la Diosa Negra, Sophia Nigrans, el lado oscuro que es tal porque es recóndito, oculto bajo miles de capas de apariencias diversas pero que cuando aparece hace un llamado a nuestro interior. La Diosa Negra aparece mayormente velada para indicar que no se muestra a cualquiera, que hay que descubrirla y que ese hecho no es gratuito. Recordemos aquí las palabras que están grabadas en la estatua de Isis en Sais. Soy todo lo que ha sido, lo que es y lo que será, y ningún mortal (hasta ahora) ha alzado mi velo.

Otro significado de la diosa velada es que anuncia la muerte. Volveremos también sobre este tema, pero es importante marcarlo ya porque ese velo corresponde a lo que el hombre no puede ver porque es inefable y misterioso, a ese "otro" extraño que se le aparece velado. La forma de la diosa alude a una figura que el hombre sí conoce y que espera confiadamente en ella como Madre, pero el velo señala la faceta oculta que espera al ser humano y que sólo descubrirá cuando esté en los brazos de la diosa y pueda con sus propias manos descorrer el velo de su rostro. Se preguntarán por qué razón hablo de Diosa y no de Dios, simplemente porque antiguamente la que cumplía esas funciones era una divinidad femenina. No hay otro enfoque aquí.

Mencionamos antes el hecho de matar y la idea relacionada de los seres sacrificados, esa idea consciente ha sido entendida como un intento de comprender la naturaleza de ese "matador" desconocido y determinar su lugar en el esquema general de las cosas. Matar y saber que uno mata sería, desde un punto de vista arcaico, una identificación de uno mismo con ese ser desconocido que trae la muerte (el Ser-Muerte). Podemos estar de acuerdo o no con esta conclusión, tal vez la razón sea más simple y sólo se relacione con la necesidad de sobrevivir en un medio hostil. Lévy-Bruhl ha mostrado que tal identificación y participación son probablemente mejor comprendidas como un modo temprano de comprensión de lo "otro", de la naturaleza del que mata y con el que se identifica, pero que al principio ese Ser permanece informe y nada más que eso. La formación de un concepto interno, puede ser una imagen de tal "personaje", debería haber sido para el hombre una especie de liberación, aterradora en cuanto que la imagen que se forma el ser humano en los inicios lo es. Cuando toma imagen en la mente entonces expresa algo de su esencia y su acción.

Es muy difícil saber cuándo y de qué modo el hombre se formó por primera vez una imagen del ser que mata o sea de la Muerte, pero parecería que desde el comienzo, esa imagen era de una extrañeza fantasmal y que sólo podría ser pensada como la imagen de un ser que actúa desde lo oculto y en lo oculto. Ocurre que nadie sabía ni sabe cuándo ese ser puede aparecer y aún, cuando aparece, permanece irreconocible, velado o amortajado a los ojos humanos. Este amortajamiento no sólo expresa el misterio y lo oculto de la muerte como una "asesina"; también refleja la real apariencia de los muertos. El muerto está aquí y no lo está al mismo tiempo, y es como si estuviera amortajado detrás de una máscara rígida. Como si alguien hubiera amortajado el ser del muerto de manera que uno que está cerca, o la familia, lo ven repentinamente como alguien distante y extraño.

Este "Ser-Muerte" es pensado como algo numinoso, y ese sentimiento habría aparecido en los primeros tiempos, en las primeras etapas de nuestro desarrollo cultural. Por eso, luego se ha hablado de la Muerte-Demonio entre los indo-europeos y se la ha llamado "el o la que se oculta". Esta característica de ocultamiento misterioso habría sido parte del poder que se le atribuía desde tiempos remotos. No olvidemos que el lenguaje está en estrecha relación con la emoción, los sentimientos y las imágenes internas de los pueblos. Damos un ejemplo: Calipso, la ninfa que se encuentra con Odiseo, tiene todas las características de una encarnación de la muerte. Su nombre que viene del griego Kaliptein, significa "ocultar", "velar" y por extensión significa "oculta en la tierra", "enterrada". Así, Calipso sería "aquella que se esconde u oculta". En el período pre-griego, aunque ya indoeuropeo, la raíz verbal indoeuropea reconstruida *kel(u) significa "cubrir con tierra", "esconder en la tierra", y las siguientes palabras, entre otras, pertenecen al mismo contexto: el latín celo, occulo = "esconder"; el irlandés antiguo celid = "encubrir", "ocultar", "esconder"; el antiguo alto alemán helan = "ocultar", "esconder". Que la raíz expresamente relaciona un ocultamiento, en o bajo tierra, se demuestra por las formas sustantivas que aparecen en las diversas lenguas indoeuropeas: latín: cella (cámara subterránea); antiguo irlandés: cuile (sótano); inglés: hole (agujero). De ahí, por derivación tenemos también el antiguo irlandés: cel (que viene de *kelo) con el significado de "muerte"; el gótico halja que significa "infierno"; antiguo islandés hel que significa "reino de los muertos"; en moderno alto alemán tenemos Hölle que designa tanto a la anciana asociada a la muerte como al lugar de los muertos.

Hay elementos en la leyenda griega de Calipso que contradicen su naturaleza aparentemente inofensiva y la relaciona con la divinidad oscura de la muerte. Aparece como hermana de las Hespérides en la Odisea (VII, 245), y éstas son consideradas hermanas de los dioses de la muerte (Hesíodo, Teogonía, 215). En el himno homérico a Demeter, Calipso es nombrada como una compañera de Perséfone. Dio Casio dice que se le rendía culto a ella en el Lago Avernus en los montes Albanos, el cual ha sido considerado en tiempos antiguos como la entrada al mundo subterráneo, el lugar donde mora la Sibila y en donde está el bosque oscuro de Hécate. En Homero, la isla de Ogygia era la morada de Calipso y tiene las características de un jardín de la muerte, hermoso, pero asociado a la muerte. Adornado con hiedra y violetas, que en la antigüedad eran plantas sepulcrales, vive en una cueva y está rodeada de los árboles del mundo subterráneo: cipreses, alisos negros, álamos oscuros. Es muy similar a la imagen que ofrecen los escandinavos cuando hablan de Hel, la Señora del Mundo de los Muertos, y se refieren al lugar con términos como "oscuros misterios de la colina de la tumba y de la casa de los muertos". Ellos creían que el demonio femenino de la tumba "ocultaba", "escondía" el cuerpo del difunto de los ojos de los vivos y la creencia germana original era que todos los que murieran caerían víctimas de Hel.

Tanto el nombre de Calipso como el de Hel, aluden por derivación a "la que esconde", "la que amortaja". De todo esto, podemos sacar una conclusión clara, kaliptein, celare, helan, aluden al fenómeno primordial del tremendum, a aquello que está oculto, amortajado, que es incomprensible en su misterio y que puede, con su poder, amenazar la vida. Más tardíamente, la palabra griega se transformó en un término técnico para el enterramiento.

Claro que hubo otros modos de disponer del cuerpo: exposición a cielo abierto, cubierto con hojas, dejado en una choza, dejado para que los animales lo devoren, en árboles, en cuevas, cremados, colocados bajo los lagos. Todo indica que la ubicación bajo tierra no fue la única ni la más antigua, pero sí muy temprana.

Habría muchos más ejemplos para ofrecer, pero se puede deducir que desde muy temprano habría cristalizado ese horror informe de la muerte (del que hablamos antes) bajo la imagen del Ser-Muerte, aunque no se pueda decir con certeza que imagen apareció antes, después o al mismo tiempo que aparecía su nombre asociado a "el o la que oculta", "el o la que esconde". El nombre es ciertamente muy antiguo dado que lo encontramos en el proto-indoeuropeo. Hay una raíz reconstruida *koljo y se cree que tanto Calipso como Hel derivarían de ella. Además, la palabra koljo, con exactamente el mismo sonido aparece entre los pueblos fino-ugrios, y hay acuerdo en afirmar que por el hecho de estar presente en todos los pueblos fino-ugrios y no sólo en los fineses, tiene una gran antigüedad y que posiblemente, si fue un préstamo de los IE a los fino-ugrios debe haber ocurrido en épocas muy tempranas. Además, Koljo es el nombre de un demonio o dios de la tierra que es representado bajo apariencia aterradora, y del que se cree, devora el cuerpo de los muertos. Para los vogules es un espíritu del mundo subterráneo que visita y mata a los hombres con enfermedades; para los votyakos es un espíritu del mal que vive en lugares ocultos y que envía enfermedades. Los koryacos lo llaman Kala, y el plural es Kalau, son demonios de la muerte que moran en el oeste. Muchas veces aparecen con cabeza de lobos o perros que devoran a las personas. Los Chukchis los llaman demonios de la muerte o Ke’ lets, los Yukaghir los llaman Ku-kul.

El devorador de los cuerpos recibe muchos nombres que lo asocian con antiguas concepciones indo-europeas de la divinidad de la muerte. En Griego, Hades mismo es llamado pantofágos: "el que come todo", o sarkofágos: "el que come carne cruda o cadáveres". El mismo nombre se le da a Hécate y aún a Demeter. Es llamada adefágos: "la voraz"; y sobre todo el nombre holofagos: "el que come todo", "carnicero", "sanguinario" es aplicado a Cerberos, el sabueso del infierno.

La misma Hel escandinava conserva antiguas reminiscencias del Koljo ya que se sabe que desciende de una tribu de lobos y su hermano es el lobo Fenrir que liderará a Skoll, Hati y Managarmr al final de los tiempos para devorar al sol y la luna. Managarmr o Garm, significa "el devorador" y es el perro que está en una cueva en las puertas del reino de Hel. En Garm se destaca lo bestial, conocido también como el "devorador de cadáveres", su gula no tiene fin. También encontramos la misma concepción detrás del perro de cuatro ojos que cita el Rig Veda X.14.11, que es uno de los himnos funerarios; podemos encontrarla detrás de los dos sabuesos de los iranios, mencionados en el Avesta así como en el griego Cerberos. A menudo se trata de un lobo en lugar de un perro, Odin tiene dos lobos como compañeros y él mismo es un Señor de los Muertos. En la poesía escáldica, posterior a la éddica, Hel es descrita como una bestia de presa que se arroja sobre los cadáveres. Hay descripciones casi demónicas de esta Señora o Diosa del Reino de los Muertos. Tampoco olvidemos que está relacionada con el lobo Fenrir (es su hermana), pero es de destacar que su propio comportamiento es vulpino. Hasta se especula si al ser concebida no habría tenido en sus orígenes forma de lobo o al menos de perro.

En el mundo griego, además de Cerberos, tenemos a Hécate, llamada también la diosa oscura, de la que se dice que devora cadáveres bajo la forma de un perro negro (Hesíodo en la Teogonía, 297 y ss). Otro perro ultramundano es Orto, un perro de las profundidades de la tierra y hay una relación con Artemis Ortia y Dionisos porque a ambos se les da epítetos similares, "depredador", "que come carne cruda". A Dionisos se lo llama también "el descuartizador de hombres", "el que encuentra placer en el hierro y la sangre vertida". Relata Walter Otto en su Dioniso que hoy sabemos que se practicaban sacrificios humanos en su culto pero que también tenía lugar el descuartizamiento de un ser humano. Este sería el aspecto oscuro de Dionisos, estamos en los ámbitos de la muerte y el miedo, la aniquilación que también pertenece a su ámbito. Dice literalmente Otto: El monstruoso cuya fantasmagórica doblez nos habla desde la máscara, vuelve una de sus caras a la noche eterna. Hay aquí también un "velamiento" y "develamiento". Sólo yendo hacia las denominaciones de los monstruos asociados al mundo de los muertos encontramos otra vez los epítetos a él dirigidos. Cita Otto a Hegel en su Lógica, en relación con uno de los capítulos que le dedica a Dionisos como "dios demente", la cita es la siguiente: El Ser de las cosas temporales es llevar en sí la semilla de lo perecedero; la hora de su nacimiento es la hora de la muerte.

Ahora volvamos al período en que el Ser-Muerte comienza a ser llamado "el que se oculta", y a los comienzos en que su cristalización en una figura o imagen se vuelve ya aparente. Tenemos ideas que sostienen que la "asesina" es la tierra misma, figurada como un enorme animal que repentinamente y con gula sin par, abre sus temidas fauces para devorar a los vivos. Psicológicamente, esta cristalización en una imagen es un paso enorme en el desarrollo de la humanidad: al principio el hombre pudo sólo matar en una auto-identificación ciega con lo desconocido, aunque un ser activo, podía ser aprehendido a través del acto de matar. La idea de "el que se oculta" (Hel/Calipso), y las imágenes más cercanamente asociadas de demonios de la Tierra, informes, gigantes, con inmensas mandíbulas, daban ya una idea de lo que el ser humano tenía que confrontar psíquicamente. Estaba enfrentado al Ser-Muerte pero ya, bajo una imagen. Indica que al mismo tiempo había surgido una imagen del mundo que tenía una naturaleza independiente y un poder autónomo para la mente humana, y la existencia de esa imagen, capacitaba al hombre para comprender su propio mundo como una realidad esencial contrastada con su medio ambiente. Esa alteridad enigmática, ese "otro" fue de alguna manera accedido a través de la imaginación. Fue un poder trascendente en cuanto a la experiencia que se proyecta como una pre-condición por el hecho de que el hombre, en contraste con los animales, se despierta a sí mismo.

Jung, en sus diversas obras, concernientes a los arquetipos y al inconsciente colectivo, ha manifestado que toda imagen interna tiene una doble vertiente o doble naturaleza. Aunque surgen de la psique del hombre, también lo confrontan en tanto representan una copia de "lo otro". Las imágenes surgen como una respuesta al mundo, y sirven como un medio de comprensión del mismo. De esta forma, lo que Jung llama arquetipo aparece como algo creativo, como una respuesta primordial y prístina del alma humana a las "condiciones básicas de la existencia", las cuales, son las mismas para todos los hombres, en otros términos, los "arquetipos" aparecen en lo individual pero son, ellos mismos, "colectivos".

Sabemos que el ser humano, en los comienzos era apenas consciente de su existencia psíquica, todavía no estaba formada y por eso no se daba cuenta. Esa es la razón por la cual es de una importancia inmensa cuando la muerte comienza a tomar forma y es articulada en una imagen de lo "otro". Es así como la "conciencia" comienza a surgir, y esa conciencia es iluminada por el encuentro con lo "Otro" con mayúsculas. Cuando esto comienza a suceder, el hombre entra en el mundo del mito. Las imágenes internas no son fijas o rígidas, cambian y se desarrollan como todo lo viviente, y ésta es una característica que siempre debemos tener en mente a medida que encontremos diferentes formas de la Muerte-Demonio, su nueva denominación, porque la raíz de todas es la misma: "el que se oculta" tras la máscara, el velo o la mortaja.

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